sábado, 14 de mayo de 2016

Cuestión de prioridades


El pequeño Daniel acude en brazos de su madre con una crisis de asma. Está quieto, concentrándose en respirar mientras me mira con toda la curiosidad que se puede esconder detrás de unos ojos de tan sólo cuatro años. Hablo con él, le explico que voy a escucharle cómo respira y que con "esta máscara tan chula" voy a ayudarle a que pueda hacerlo mejor. Apenas sacude la cabeza como respuesta y me deja hacer.

Tras el tratamiento vuelvo a llamarlo. Entra corriendo en la consulta, trepa por sí sólo a la camilla y, sin decirle nada, se levanta la camiseta para que vuelva a oírle el pecho. La nueva auscultación y la saturación de oxígeno me confirman la evidente mejoría.

- Estás mucho mejor, ¿verdad? - le pregunto.

- ¡Si! - me dice asintiendo enérgicamente.

- Pues hale, ya te puedes ir a casa.

Abriendo los ojos como platos me mira muy serio, casi enfadado, mientras exclama:

- ¡Pero médica! ¡aún no puedes darme el alta!

-  ¿Por qué no?

- ¡¡Porque mira que pupa tengo en este dedo y no me has puesto NI una tirita!!


Agradeciendo mentalmente la carcajada que me arranca en una guardia especialmente dura, voy enseguida a por una tirita, porque está claro: el concepto de prioridad puede ser muy distinto entre tú y tu paciente, incluso en urgencias.